En fin, que las personas sorprenden
ciertamente con los comentarios que disponen sobre la mesa. Ya quizá
no sea el mismo ser paciente que atentamente escuchaba a ciertas
personas buscando el instante de lucidez que considero inherente en
cada ser humano. Cierto, mi paciencia se acaba conforme anda la
inevitable sucesión de hechos reales, tan ajena pero intrínsecamente
reiterativa. Me recuerdan la finitud de mi ser, la indeterminación
del camino y la impenetrabilidad de mi alma. Cuando busqué un
instante de paz encontré la quietud más absoluta mientras el mundo
seguía moviéndose y creí que mis manos no daban más de sí, que
lo construido se destruye y no renace, como el fénix desafiante que
viaja de ultratumba para burlarse una y otra vez de la casi
implacable muerte, y el ánimo aniquilado resquebrajando mi alma era
la mejor forma de pretextar la indiferencia. Sin sentido, sin mirar
más, así pasan los días, en donde algunas personas solo confirman
la regla. El regreso no es siempre en el mismo sentido, la emoción
no vuelve de la misma forma primigenia y las palabras no siempre
encuentran al depositario correcto. El silencio pudo ser el actuar
más conveniente para mantener las aguas en paz, para el escampe de
la tormenta, para el sosiego luego del terremoto, pero también la
condena de no haber intentado decir lo que ya resultaba
impostergable.
Añoro esas charlas y por ahora solo
tengo de interlocutor el teclado de una computadora y un desierto
blog para hablar de la mínima carga emocional que aún mantengo
contenida.
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