viernes, agosto 24, 2012

Inflexión


Si supiera lo que sucede sería sencillo dejar de suponer. A veces creo que no es suficiente lo que piense y entonces las palabras dejan de refugiarse en el silencio aunque, en cierto sentido, escribir no es propiamente hablar o hacerse escuchar, al menos hasta que lea lo escrito en voz alta. ¿Quién puede ser altavoz de mis letras? Es acaso un capricho reiterativo el mantener esa charla absurda, sin interlocutor, sin semántica, sin razón. Casi no encuentro motivos para seguir haciéndolo y más de las veces es un impulso asincrónico el oficio de las letras, sin la composición grandilocuente y ávida de explorar más y más el recuerdo difuso de los sueños que escaparon al preámbulo del alba. Ser un hombre desganado va más con mi estado común, con la antología del fracaso, con las horas de sueño interrumpido y el vilo de la mirada fija en el techo. No encuentro las historias largas, las largas caminatas imaginativas en la mente, dibujando entusiastas vidas y muertes, ensuciándome en aquel acostumbrado intromisionar de personajes que no existen, que no hablan ni sienten lo que no puedo crear de ellos.

Soberbia labor. El escritor se siente todopoderoso por creerse amo y señor de sus historias, por hacer aparecer y desvanecer personajes a los que ni siquiera ha pedido permiso para aparecer en su disparatada mente tergiversada. Y aún con lo tentador que puede ser tal cúmulo de poder la imposibilidad creativa suele mantenerse inmóvil, impasible, indeterminada.

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