lunes, noviembre 30, 2009

Sin respuesta

... y para qué hablar de tristeza entonces, si solo sabíamos hacernos daño. Era expectante sentir el filo de las palabras que enervaban los huesos y dejaban exhausto a cualquiera de los dos, a ambos y a ninguno. Hablar de perdón era instintivo, pero no tan honesto como se pretendía entendiera el otro. Era tan simple decir las palabras amables y nosotros nos encargábamos de barnizarlas de acidez. Y, sin embargo, ahí estábamos sentados aniquilando todas las formas posibles de cortesía y diplomacia. Sí, así eran entonces las cosas. Un día de aquellos en que la vida se escapaba menguando en cada respiración, cada suspiro, cada gota fría de sudor en la frente, decidiste irte lejos para nunca volver, a un lugar a donde no te podría alcanzar -no por ahora-, donde las horas se mimetizaban con lo inerte del frío del hormigón y las flores que marchitan hasta el ánimo. Tal vez lo lograste y ahora solo puedo hablar de tristeza sin tu respuesta...

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