En definitiva el frío de estos días me ha encuartelado un poco, a pesar de que bien podría escribirse una historia. Pero no; hoy solo tengo algunas ideas dispersas que no llegan al papel como acostumbran ordenarse sintéticamente. Hoy prefiero ver que el cursor incesantemente parpadeante se mantenga entretenido en mi pantalla. Es mejor, por hoy, dejar libres las letras y no someterlas al castigo del cuento y prescindir del orden narrativo que les daría ese y solamente ese fin. Tal vez sean solo fallidas sinapsis desmembrándose en la telaraña neuronal o quizá he llegado al punto de hartazgo que puede dejar el absurdo abuso y pretensión de dar continuidad a lo que en un cuadernito se escribió hace algunos años, pero hoy mis manos se presumen autónomas y no dejan mucho espacio para el razonamiento estructurado. Simplemente se conducen sobre el teclado como si quisieran que todo lo que había en la hoja (¿pantalla?) se descubra, cual velo invisible para descifrar lo que ya estaba escrito, siendo artífices de tal complicidad, revelando que a su paso ininteligible se muestren letras formando palabras y éstas a su vez construyendo las frases del párrafo. Hace tanto que no se escribía sobre esto y de esta forma que hasta los dedos se habían desacostumbrado. Quizá no es tanto el frío, sino la falta del uso libre de la plena divagación y que, sin embargo, no lleva a mucho -al menos al lector- convirtiéndose entonces en intrínseca terapia del egoísta escritor.
Se siente bien. A pesar de las culpas, se siente bien. Casi como si el tiempo no hubiera pasado y los años se revivieran en un ciclo perverso y perpetuo. Casi como si el momento de reflexión se hubiera prolongado después del bypass de los meses -quizás años, ya no sé-, que dan un supuesto respiro, pero que ahora solo recurren a las imágenes abstractas de una infiel memoria. Basta entonces que me proponga disfrazar algunas letras para que no se asome toda la verdad. Quizá en algunos años el ejercicio terapéutico ya no funcione igual -palabras más, palabras menos, pareciera que se cumple esa suposición- y entonces solo quedarán reflejos vacíos en el espejo blanco. Seguramente esto resulta inesperado e insultante, incluso perverso, debido a que quien pudiera interpretar las palabras será quien conozca un poco más de mí, más allá de las letras de un blog, pero tampoco importa mucho, ya que, por ahora, conozco las situaciones indefectibles y sé de su proximidad.
Algunas palabras para la noche de un día de marte, que seguramente no dejarán ninguna huella perpetua ni marca en el cuello. Simplemente dejarán al escritor con menos jaqueca...
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