jueves, noviembre 05, 2009

Apología

El cuarto de un sucio motel era el lugar más extraño al que pudiera haber ido esa noche. Las paredes con manchas de humedad se teñían de un color verdoso que parecían pintadas con aceitunas machacadas. Los vecinos de cuarto no disimulaban su hambre de piel y emitían alaridos que se confundían entre el placer y el dolor. Al fin, mi cuerpo se deshebraba fibra a fibra sobre la cama amohinada y llena de imperfecciones, pero el cansancio del mismo era tanto que no importaban tales contrariedades. El sueño no apareció. Los gritos de la mujer que con voraz concupiscencia gemía al otro lado del muro dispersaban mis ideas llevando mi mente a divagaciones poco oníricas. El whisky malo que me había regalado Amanda no provocaba el efecto adormecedor que prometía una bebida de tan mala calidad, y creo que tampoco cumplía el propósito de matarme. De madrugada, con el frío del desierto, decidí salir del cuarto para distraer mis ansias y dar tiempo a que los amantes dejaran sus juegos sexuales. El viento gélido del desierto cala tan fuerte que es imposible no encogerse de hombros, y mi reflejo inmediato fue encender un cigarrillo. A kilómetros, hacia donde me dirigía, no se veía ninguna luz; nada que pudiera dar rastros de vida. Solo el suave silbido del aire cruzando incesantemente, desgarrándome las mejillas y revolviendo la arena a su paso. Es extraña esa sensación: la de sentirse absurdamente solo y, al mismo tiempo. rodeado por la inmensidad de la arena. Luego de dos cigarros y de sentir mis manos entumecidas por el frío, la puerta del cuarto contiguo se abrió y de ella salió una pareja joven, de unos 20 años ella y él de 22, que se apresuraban a su auto a toda prisa para evitar ser vistos. La ciudad no estaba lejos, hacia el lado contrario a donde yo me dirigía, pero estaba detrás de una loma a unos 20 kilómetros de distancia que no permitía verla desde el valle.

Al entrar nuevamente a la habitación noté que ésta me pareció extrañamente cálida y acogedora. No reparé en fijarme  en las paredes verdes escurridas ni en la deformidad del colchón y me dirigí otra vez a acostarme sobre él. Mis ojos miraban el techo, que tenía vigas engrasadas, como sostén de la loza, pero en realidad no notaba mucho sus detalles. Más bien recordaba a Amanda y me perturbaba el hecho de que quizá ahora quisiera verme muerto. Muchas veces le pregunté cuál era el motivo de su enojo constante y ella contestaba con un gesto casi indiferente que no quería estar al lado de un fracasado. Por eso preferí alejarme de ella. Un hombre viejo, con todos los años encima y la vida desgastada no podría ofrecerle mucho a tan jovial y seductora mujer. Tomé camino hacia el norte en el viejo auto que me dejó mi padre de herencia y que había visto sus mejores años de gloria hace algunos ayeres, y decidí huir de su lado.

Hace tres meses que viajo sin rumbo y no sé nada de mi vida pasada. Tal vez Amanda ya está casada con otro hombre; alguno que cumpla todos sus caprichos y soporte sus indecisiones. No me importa mucho eso. Aprendí a vivir sin ella desde hace algunos años, pero me disgusta su indiferencia, tanto como para quitarme el sueño. Encuentro en la mesita del cuarto un periódico de hace tres días y concluyo que lo mejor para mi insomnio es leer un poco. Es un periódico sensacionalista de nota roja pero de circulación nacional. No gusto mucho de leer ese tipo de periódicos, pero al no haber otra alternativa empiezo a verlo. Las noticias del ámbito nacional que parecen escritas por alguien con mucho rencor y algunas notas deportivas. Al hojear las páginas centrales, en donde generalmente se encuentra la nota policiaca, leo en el cuerpo del artículo: "Amanda García y el empresario Alfonso Rivera mueren en aparatoso accidente aéreo mientras viajaban rumbo a su luna de miel."

No hay comentarios: