Hace poco que esto se convirtió en una hoguera de las vanidades. Tan sutil es el silencio y por varios días eso ha sido la incongruente constante. Sin sospechas, solo así, casi desnudo, se promulgan nuevas inquietudes y cuestionamientos que dispersan un poco la nebulosa neuronal pero no así las sensaciones inverosímiles que delatan la bipolaridad de los días. ¿Cuándo pasarán los días sin sobresaltos? Hay tanto aún que decir en el bifurcado camino de culpas y placer. Tanto que el tiempo no aguanta la cordialidad recíproca del silencioso y pretencioso autor. Y ya hace varios días que no se escribe una historia, tal cuál como se acostumbraba, dando pie a recovéquicas interpretaciones que se asoman intrínsecas, pero que a su vez sólo dejan interrogantes más confusas. Los sentimientos son irreparables desperfectos de la insatisfacción del ser y, así, sin otra cosa que decir al respecto, se recurre entonces a la alevosa conmiseración. Lo más abrupto es que no existe cómplice tal de ello y sólo se retroconmisera uno en un círculo imperfecto sin los ápices precisos en dónde detenerse. Quizá ha sido bastante malo lo que se ha dicho, lo que se ha actuado, al grado de una inconsciencia ilógica y perversa en la que el único papel que se juega es el de saberse aún tan humano, tan real, tan erróneo.
En fin, que hoy la historia se pospone -una vez más- para instantes menos hostiles, de modo tal que no esté la amenaza de la inversa imagen reflejada en la hoja en blanco. Algunos restos de la impersonalización disimulada de un imperfecto -y pésimo- escritor, se asomarán nuevamente entre los caracteres de un desaliñado post.
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