¿Te puede recordar alguien que aún no te conoce? Lo implícito de la pregunta es la retórica del discurso onírico. Cual si fuera este lugar un espacio fantasioso suceden cosas inherentes a seres mágicos de los que no podría explicar o entender su origen. Una simple resonancia implica la respuesta de mis recuerdos inequívocos de la realidad vivida pero sin ninguna reacción se desperdicia el ímpetu gestado en un inicio. Los disturbios reiterativos distraen a ratos la tensa quietud que desaparece las ansias más primigenias de la estridente convivencia y, sin ninguna razón más que la de saberse aún vivo, volteo divergente la mirada a ratos perdiendo el enfoque de la directriz.
Intento recordarte, aunque aún no te conozco. Tal vez te he visto un par de veces en un sueño que nunca dormí y que tal vez nunca sueñe, cuando la libido de las líneas escritas busca enardecida e impulsivamente contar tus palabras y tus historias compartidas conmigo. Aún no lees los párrafos y las horas permanecen tácitas a que recorras con los ojos llanos la complicidad del pequeño relato aquí narrado. Es quizá una ilusión repetitiva o un deseo magnífico entre tanta confusión, aún cuando no sabría a bien cuál sería la reacción per se, aún cuando las miradas no sabrían hacia dónde mirar o los labios no sabrían si sonreír o responder a la sonrisa. En el impulso extremo, la violencia quizá se desataría con compleja seriedad y propiedad; educada violencia al fin. Será un insulto destructivo mirar la piel ávida pero confortable, con su suavidad afable, con su concupiscencia inocente y su sensación casi pura. Sería como retar al destino queriendo gobernar el tiempo, girando en contra el segundero, respondiendo antes de la pregunta, indagando lo que no se puede explicar. Tan simple pudo haber sido todo, tan instantáneo y reminiscente mantener intacto tu lugar, pero lo cierto es que nunca sería fácil.
Creo confusamente que lo contado no tiene mayor importancia. Y digo confusamente porque difícilmente puedo ver más allá del dolor, aún con la elogiada y perspicaz intuición que algunos me adjudican. Lo realmente trascendente queda a veces bajo el velo de la racionalidad, como un oculto universo ajeno a mi recuerdo, ajeno a toda la sensación contenida por la herida del dolor. Tanto trascender en las almas puede dejarte solo y las manos que encontraba otrora, hoy son solo la remembranza táctil. Anhelo entonces que existiera aquella magia de la que une a las almas en un instante recíproco, cuando no importa el tiempo y espacio sino solo coincidir con el otro. Esa magia parece desaparecer, o quizá ya la harté tanto con mis conmiseraciones que ha terminado por alejarse. Por aquellos días en que la vida recompensaba mis horas de insomnio, mis recovecos mentales, mis pesares impúdicos, mis angustias irracionales, se dibujaba tan fácilmente mi sonrisa que recibía el reflejo ya no del espejo, sino de aquella persona ideal que acompañó mis pasos y ahora, con desdicha casi funesta, apenas logro reconocer mi rostro en el reflejo opaco del espejo.
Buscar en alguien más no es decir adiós, es un simple dimitir a la acción indefectible de la vida. Neuralgias constantes que no me alertan más. Es solo confirmar lo que ya sé. Querer dejar a un lado el camino incierto que reproduce con mínima discreción el recuerdo impenetrable de una vida que ya no existe, que ha dejado un rastro casi inconsciente en la amenidad de un momento tan real que imposible será dejar de pensar en ello. Sin mucho empeño por sentir me dispongo con ajena voluntad a mantenerme intacto e inmóvil.