Su tacto tenía una cualidad envidiable, de artista, de hombre sensible que ágilmente transformaba lo hecho, que embellecía con maestría lo que la vida había despreciado. Hermosa labor y tétrica al mismo tiempo. También con la muerte se lucra, también de ella hay provecho, de tantas formas que es imposible pensar en morir pobre. Pero sus manos no se acobardan cuando piensa e imagina la mejor forma de transformar perpetuamente su obra. No duda ni tiembla. Su pulso es preciso y más de las veces adopta con sus manos la figura que crea: encorva sus dedos como garras amenazantes; abre tan ampliamente su quijada como fauces de dragón; frunce el ceño para mostrar su fiereza natural; mira con odio y miedo para emular los sentimientos de la presa amenazada; flexiona sus rodillas en posición de ataque, un instante antes de acechar al enemigo.
Su mirada es tranquila, sereno de semblante y taciturno en su labor. El rostro es amable, concentrado en las imágenes de su cabeza mientras sus manos amoldan y amasan. No cabe en el ambiente el ruido ni la perturbación. El silencio es tan abrumante que incomoda a ratos. Una lámpara vieja baña de luz su mesa de trabajo, sus manos y parte de su rostro. Por lo demás, la habitación es oscura y encima hay algunos frascos con solventes, aceites y ácidos, y un estuche completo de material quirúrgico. Con ello perpetua la vida, se convierte en semi-dios, hace del artífice aquel fetiche que muchos quieren conservar para la posteridad. Ha aprendido a ver la muerte como un paso más en donde él es puente de los recuerdos, de los momentos, de las horas y los minutos, de las glorias pasadas. Se ha convertido en un emisario que acompaña el luto y da vida a la muerte alargando el tiempo inevitable. Su labor no es funesta, contrario a lo que muchos piensan, se ha moldeado con sus figuras y ha sido parte de ellas hasta la misma eternidad.
Días después, luego de tantos tratamientos especiales, de tantas horas invertidas y meticulosas técnicas, da el toque final a su obra. Coloca un sello de su trabajo como el artista que firma su obra, es tan discreto que sus clientes rara vez lo perciben. Lista la pieza la entrega al cliente que sonríe y sólo acierta a decir «Es como cuando estaba vivo». El taxidermista responde satisfecho con una sonrisa.
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