Cuando uno piensa en que la indiferencia es la justificación social de moda para omitir todas las responsabilidades como ser humano, entonces aparece alguien que confirma la regla y la intensifica. Tal vez he perdido la confianza en el ser humano... o tal vez no. Probablemente es que confío en que es más cómodo para muchos solo dejar rastros de su racionalidad y que prefieren disimular estupidez inocente. Es solo una percepción personal, pero a veces pareciera que se reafirma constantemente en los distintos entornos. También es cierto que extraño esas charlas interesantes y profundas que terminaron arrebatadas abruptamente por las leyes de la vida, o ahogadas en el dejo social del “tener que hacer” que otros circundaban mi existencia en su momento. Cada quien decide hacia dónde encamina sus pasos pero a veces es inevitable extrañar el incentivo y raciocinio de algunas personas que, así como yo, eligieron su camino.
El ruido del ambiente es tan trasgresor que es imposible distraer mi atención pero se dispersa casi instantáneamente con la misma agilidad de la del humo del cigarro. No puedo más que pensar en la podredumbre social que muestra la frustración del momento actual y que tan triste distrae y tensa la ya de por sí agresiva situación. Es una escena cotidiana en un café donde alguien gritaba a su teléfono celular depositando el miedo al interlocutor al otro lado de la línea. Una escena común y lamentable que se convierte en la normalidad, donde nadie se sorprende y nadie se altera ya. Y algún intento de evitarlo parece inútil esfuerzo.
Así el mundo funciona, sin amabilidad, sin agradecimiento...
No hay comentarios:
Publicar un comentario