... los minutos noctámbulos, de abusos neuronales, de psicofugas en síncope, de instintos de supervivencia frente a una hoja en blanco, frente al reflejo roto, son siempre instantes precisos para que las 'letras en fuga' aparezcan sobre el papel. La fuga emocional de lucidez o locura; el espacio para quien quiera escapar con sus letras...
martes, enero 12, 2010
Fantasmas
Tan simple era tomar la hoja de papel y ver el dibujo trazado a tiza. La imagen fantasmal que apenas se delineaba no era amable pero parecía llamar tanto la atención de Demetrio que le era casi imposible dejarla de ver. El rostro con la mirada siniestra que parecía verlo desde cualquier ángulo en el que se colocara le erizaba los vellos y la sensación gélida le recorría la médula espinal una y otra vez. Sus manos callosas no disimulaban el empeño que ponía en su trabajo o, mejor dicho, el exceso del mismo, pero aún así tomaba tan delicadamente la hoja que simulaba el cuidado con el que se toma a la amante. Tantos disturbios en su cabeza le tensaron la mano y esta comenzó a temblar con excesivo tiriteo y desmesurada calma. Sus ojos se inundaron de lágrimas al ver la imagen estampada, impregnada y tatuada en tan blanco papiro. Su temor era por haber reconocido a la persona del dibujo, en donde el rostro no tenía dejo alguno de amabilidad y perturbaba el alma cuando se le veía directamente a los ojos. Era como un espejo difuso pero que cumplía su función de dar la imagen invertida de la supuesta realidad. Mientras, sus lágrimas arañaban el papel y la tiza, escurriendo más allá de la frontera del papel una mezcla de agua, glucosa y carboncillo, deformando la, ya de por sí, desfigurada cara. Sus manos no soportaron más ver ese rostro. No más. La hoja que cae despreciada por los dedos, con el rostro de Demetrio sobre el epitafio de la lápida de su propia tumba...
sábado, enero 02, 2010
Requiem
De sus manos vio caer la arena entre sus dedos. Jonás se sintió tan impotente entonces como cuando su madre murió. Ahora no era ella quien le abandonaba y lo dejaba con el dolor. No, esta vez era aquella mujer que le había permitido ser un niño otra vez, fuera de los personajes que tenía que interpretar en el teatro. Era aquella que amaba con totalidad y plenitud y que dejaba entrever en sus ojos la maravilla de la vida. Esa que le enseñó la complejidad de la mente y que la resumía tan fantásticamente con la intensidad de un beso. Una mujer que desmintió tantas incongruencias con las que él había fantaseado tontamente, pero haciéndolo con amor y con respeto. Ella, sí, que contuvo tantas veces el llanto cuando no podía más que ver como su amado se desplomaba por dentro. Aquella mujer que delineaba con sus manos la fragilidad del cuerpo del otro y permitía sentirse una con él, sentirse en él, sentirse deseada por él. Ella daba tanto de sí... tanto, que no era posible contenerlo. Jonás ahora lloraba por la inconclusión de tantas cosas que había aún prendidas de sus errores. El escenario no era el mejor refugio para distraer lo que ya no tendría sentido. La ira, el coraje de no haber hecho más... la insatisfacción de las palabras y las vivencias que pudo compartir. Ya no. No había nada más que hacer, nada que decir, nada que pensar. Un ente bifurcado entre la búsqueda de la complementariedad y la frustración de no actuar en el pasado.
Jonás observa impaciente el reloj, la hora de la función estaba casi por comenzar. No es un reloj amable ni confiable. Su tiempo se descubre hostil y perpetuo. No sabe que hacer y, se ha de juzgar así, tampoco sabe que decir. Sus minutos de aire son más que una ausencia imperante que no se disuelve fácilmente. Tanta indefensión ante lo que siente y con el miedo estacionado permanente. El teléfono no suena, pero sabe que lo único que puede hacer le traerá tanto dolor como antes. Teme al dolor, otra vez dolor, otra vez las inesperadas emociones que lo debilitan tanto, pero aún así está decidido a hacerlo. Ya no hay mucho que hacer; no tanto como los días pasados que pudo acariciarla un poco con la mirada. Ahora es demasiado tarde. Ahora que ella se ha ido para siempre...
Jonás observa impaciente el reloj, la hora de la función estaba casi por comenzar. No es un reloj amable ni confiable. Su tiempo se descubre hostil y perpetuo. No sabe que hacer y, se ha de juzgar así, tampoco sabe que decir. Sus minutos de aire son más que una ausencia imperante que no se disuelve fácilmente. Tanta indefensión ante lo que siente y con el miedo estacionado permanente. El teléfono no suena, pero sabe que lo único que puede hacer le traerá tanto dolor como antes. Teme al dolor, otra vez dolor, otra vez las inesperadas emociones que lo debilitan tanto, pero aún así está decidido a hacerlo. Ya no hay mucho que hacer; no tanto como los días pasados que pudo acariciarla un poco con la mirada. Ahora es demasiado tarde. Ahora que ella se ha ido para siempre...
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