Hay mucha terquedad cuando se precisan los hechos. Inciertos pero distintos a los que quieren disiparse en la mente. Cuando pasa desapercibido el habitual seguir de las horas perece el ánimo de cercanía. Siquiera fuera cercanía con uno mismo, pero no se permite tal asunto. Aniquilado, tendido en la cama de las lamentaciones, inerte como siempre y como nunca. Antipoético y antipático. ¡Hermosa escena de desencuentros! Casi consigo mismo pero lejano al fin. Desprecia el tiempo en vilo. La vigilia perpetua se esconde tras los estados nauseabundos de su ser. ¿Cómo existe? ¿Cuánto tiempo puede existir así? ¿Existe? Solo deforma su ser desfigurado escapando del espejo; de aquél espejo complejo que no presta atención especial a reflejarle el otro lado. Su brazo izquierdo cae al suelo, queda colgado de la cama aparentando ser una rama vencida del inútil cuerpo, pero es la mano la que se marchita en la podredumbre de lo que escribe. Es zurdo. Vuela en un sueño que no soñó y que no soñará, en dislocadas y trastocadas emociones que no sintió y no sentirá. Su abismo es tan perfecto e impenetrable que no piensa más en que sigue cayendo, sino simplemente piensa que vuela sin paracaídas. Entiende que el viento que siente en sus mejillas solo le desgarra la piel, pero no puede dejar de caer -¿volar?-. No planea, solo sueña y no lo sabe, y su sueño inexistente es su realidad reflejada en el espejo sucio.
Sucio existir de palabras perversas y complejas que desatienden la urgencia. Letargo permanente con apenas dos minutos de haber despertado. Ojos callosos por dormir casi dieciocho horas e inutilidad consecuente. Sus músculos no responden a la sensación de movimiento. Tres esfuerzos después apenas logra rodarse a un lado de la cama y le parece infructuoso tanta energía desperdiciada. Está consciente un instante solo para darse cuenta del charco de sangre que han dejado sobre el piso de la habitación su brazo cortado con precisión la noche anterior...
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