lunes, diciembre 02, 2013

Dos

Puedo recordar aún mucho de ti. Puedo, sí, como tanto de ti dejaste plasmado en quién soy ahora. Puedo imaginar aquello que no sucedió. Puedo incluso construir un mundo entero alrededor. Puedo verte reír aún y escuchar tus carcajadas poco discretas conmigo y silenciosas con los demás. Puedo mirar todavía tus ojos que miraban con un ansia revelada por ver los míos, por entrecruzarse en el camino después de tantos años en los que apenas tímidamente tropezaban de vez en cuando. Puedo encontrarte en mi mente y saber que lo que fuimos no fue obra de la casualidad, que estuvimos ahí para recorrer un camino y los pasos de entonces se sintieron tan ligeros que nunca cansaron. Puedo hacer una antología de ti, ciertamente puedo.

Ahora, a la distancia del tiempo, me miro así, descubierto del alma, desnudo ante mis ojos, impúdico y común, seguro de seguir andando. La finitud nos alcanzó en cualquier día a cualquier hora. Llegó para regalarnos algo a ambos; a ti, el regalo infinito y magnificente de la eternidad; a mí, el maravilloso don de aprender a mejor vivir. Pensé que el precio era alto ante tu partida, pero recorrer con pasos solitarios esa etapa me enseño que el esfuerzo valió la pena. Te sé cercana, porque siento tu presencia esas veces que lo necesito. Más que nada en el mundo, te agradezco, por enseñarme lo valioso de compartir, por regalarme cosas tan bellas y darme el valor para seguir viviendo.


Simplemente, gracias.